«No se puede utilizar el pasado para hacer política» Norma Morandini

Entrevista con Norma Morandini

«No se puede utilizar el pasado para hacer política»

Periodista y escritora, la senadora nacional por el Frente Cívico de Córdoba señala que hoy se hace una falsificación de la historia y afirma que los Kirchner tienen «una concepción antidemocrática del poder»
Ricardo Carpena
LA NACION

Domingo 3 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa

¿De qué material está hecho el odio? Para algunos puede ser tan pesado como el plomo y para otros, mucho más liviano que el algodón. También hay quienes lo visualizan como algo espeso, compacto, pegajoso, del que es imposible desprenderse, y quienes lo sienten como una sustancia inasible, que se evapora o que se termina escurriendo entre los dedos.

El odio no es igual para todos, y mucho menos en una Argentina en la que el pasado, cargado de violencia y de sangre, nunca termina de resolverse e incluso se reinventa, se reinterpreta y se rescribe al calor de las necesidades políticas de algún dirigente o sector.

Norma Morandini no siente odio, aunque nadie le discutiría su derecho a sentirlo: tiene dos hermanos desaparecidos durante la última dictadura. Y no es que no conozca el dolor de esa tragedia, pero reivindica la búsqueda de la verdad y de la justicia, sin venganza.

«Porque cuando hay justicia, se cancela la venganza, y cuando se cancela la venganza podemos ser mejores», afirma. Y cuestiona fuertemente la utilización política del pasado por parte del kirchnerismo, al que le atribuye actuar de esa forma por «mucha culpa escondida», y asegura que no quiere «un país donde todos estemos haciendo patrullaje ideológico». «Si la evocación del pasado nos vuelve a enfrentar -sostiene-, ha ganado el autoritarismo, ha ganado la dictadura.»

Periodista, escritora, ex diputada nacional y actual senadora nacional por el Frente Cívico de Córdoba (que lidera su colega Luis Juez), Morandini nació en 1948, en su juventud militó en el peronismo y luego del golpe militar de 1976 debió irse exiliada a Europa. Y ahora, ante Enfoques, confiesa que pasó mucho tiempo preguntándose «por qué un país como el nuestro se desquicia, por qué sucedió la violencia política que antecedió al golpe militar de 1976». Y cree que encontrar las respuestas es muy importante: «Si no, estaríamos falsificando la historia, estaríamos contando sólo una parte».

La legisladora está convencida de que «tener desaparecidos en la familia da autoridad de testigo, pero no da derechos», y por eso le parece «odioso» creerse con autoridad «para erigirse por encima de otros y construir desde ese sufrimiento u organizar una sociedad a la medida de la ideología de uno».

Por esas curiosidades del destino, los hermanos menores de Morandini se llamaban Néstor y Cristina. Eran estudiantes veinteañeros y militantes peronistas (el primero, enrolado en Montoneros). Su madre, de 82 años, es integrante de organismos de derechos humanos en Córdoba y la responsable de haberle enseñado a procesar el dolor de aquel drama familiar: «He aprendido que si no me despojaba del pasado no podía vivir tranquila hacia el futuro», destaca.

Tras el golpe militar, Norma tuvo que exiliarse en Portugal y recién volvió al país cuando se reinstauró la democracia, en 1983, como corresponsal de la revista española Cambio 16 y el diario O Globo , de Brasil, para los que cubrió el juicio a las juntas militares. También fue columnista del diario Clarín, publicó varios libros periodísticos y condujo varios programas de TV.

Fue diputada nacional entre 2005 y 2009 por el Partido Nuevo contra la Corrupción, por la Honestidad y la Transparencia. Y en las últimas elecciones ganó una de las dos bancas de senador por Córdoba aliada a Juez, de quien dice que la convenció no tanto por su sentido del humor sino porque podía «decir en sencillo» lo que ella decía «en difícil».

-Con dos hermanos desaparecidos, usted tiene autoridad moral para hablar de esta necesidad del kirchnerismo de reinventar los hechos del pasado para hacer política en el presente. ¿Qué implicancias tiene esa reinvención?

-No se puede utilizar el pasado para hacer política, sobre todo un pasado como el nuestro, que tiene tanto dolor. Tengo pudor de hablar personalmente porque si hay algo que es íntimo es el dolor. Demoré mucho tiempo en poder hablar de lo que me había pasado. Usted dice que tengo autoridad moral, pero yo digo que tener desaparecidos en la familia es una tragedia personal que da autoridad de testigo, pero no da derechos. Y esto es lo odioso en nuestro país: el haber sufrido no da derechos para que uno se erija por encima de los otros y construya desde ese sufrimiento u organice una sociedad a la medida de su ideología o de sus ideas. Tengo muchas coincidencias de calendario: el 18 de septiembre, el Día del Nunca Más, es también el día del secuestro de mis hermanos. Hasta esta coincidencia de que mis hermanos tengan el mismo nombre de la pareja presidencial me ha hecho respetuosa de no hacer críticas personales. No tengo nada contra la señora Presidenta y su marido, pero sí tengo mucho contra lo que ellos encarnan, que es una concepción antidemocrática del poder. Por un lado, hay una utilización de los derechos humanos que duele, duele porque he visto a todas estas mujeres como mi madre, que abrieron caminos de justicia y de verdad en momentos en que no era tan sencillo como ahora, y estaban unidas. Nadie le preguntaba a la otra si era peronista, radical o socialista. Estoy muy perpleja de ver cómo aquellos que en el inicio de la democratización pudimos reivindicar las libertades hoy estemos en veredas enfrentadas. ¿Qué nos ha pasado?

-Para algunos, quienes hoy manipulan el pasado pueden hacerlo justamente porque no han sido víctimas de la tragedia.

-Tiene mucho que ver. No quiero hacer psicologismos, pero en nuestro país hay mucha culpa escondida. Y no quisiera un país donde estemos todos haciendo lo que los brasileños llaman, con tanto humor, «patrullaje ideológico». Tenemos que entender por qué nos pasó lo que nos pasó y preguntarnos qué queremos hacer con lo que nos pasó. Cuando regresé al país, decir que uno tenía desaparecidos no era una cucarda, como ahora, y me pusieron un sambenito de «La zurda». Me protegió el hecho de que era corresponsal de una revista de emorme prestigio de España. Y el diario O Globo me contrató para la cobertura del juicio a las juntas. Llevo mucho tiempo preguntándome qué nos pasó. ¿Por qué un país se desquicia? ¿Por qué la violencia política que antecedió al golpe? Si no, estamos falsificando la historia, estamos contando sólo una parte.

-Hoy es común esa reinterpretación de la historia en la que muchos, aun los menos inocentes, salen a medir el grado de complicidad o no con la dictadura.

-Sí, ahora todo el mundo ha salido con una vara a medir el compromiso. Pero cuidado: ¿quién puede tirar la primera piedra en un país que tiene el techo de vidrio? Una cosa es que reconstruyamos el terrorismo de Estado como mecanismo, que lo desentrañemos históricamente, que lo entendamos como fenómeno. Pero no culpemos al pobre vecino que, porque estaba aterrorizado, cerró las ventanas para no ver lo que pasaba en la calle. Mi compromiso es poder construir una cultura de derechos humanos, no como denuncia de violación. Con la democratización se ha reconstruido el pasado, pero hay un gran debate postergado y entre todos vamos a tener que preguntarnos qué queremos hacer con lo que nos pasó. Y esto no es olvidar. Si hay algo que marca una bisagra en nuestro país es que se haya condenado la violencia política y que tengamos una continuidad de vida democrática con nuevas generaciones educadas en libertad. Lo que no se puede hacer con esa generación es contarle sólo una parte. Si la evocación del pasado nos vuelve a enfrentar, ha ganado el autoritarismo, ha ganado la dictadura.

-Justamente, ¿cómo romper esa trampa y resolver el pasado sin dejar de hacer justicia?

– He leído mucho cómo los alemanes o los sudafricanos resolvieron el pasado. Y me gusta mucho una frase de Primo Levi que dice: «Si comprender es imposible, conocer es indispensable». Soy testigo y puedo tener autoridad para recordar lo que pasó con mi familia, pero de ahí a que eso me dé derechos… Esto vale también para el debate de todas las causas pendientes de la democracia. Cuando debatimos los temas de la inseguridad, no se puede debatir con la víctima. A la víctima hay que protegerla, respetarla, pero no puedo ponerla para que participe porque las lágrimas empañan la mirada. ¿Qué hace uno con el dolor? He aprendido que si no me despojaba del pasado no podía vivir tranquila hacia el futuro. Pero eso es personal. Sí pongo como ejemplo a mi madre, como metáfora de mi país, porque durante mucho tiempo no me animaba siquiera a pensar cómo se hace para vivir cuando te faltan dos hijos. Y he visto cómo ella ha sido militante de la primera hora, cómo ha ido acompañando a los más jóvenes, cómo tiene vitalidad, comprensión de todo lo que pasa y cómo no tiene odio. Es maravilloso habernos legado el coraje de buscar la verdad y la justicia, y no la venganza. Porque cuando hay justicia lo que se cancela es la venganza, y cuando se cancela la venganza podemos ser mejores en el sentido de que lo que nos pasó tendría que poder sacarnos lo mejor y no lo peor. Porque si seguimos sacando lo peor, entonces ha triunfado el mal.

-Cuando entrevisté a Pepe Mujica y a Michelle Bachelet me di cuenta cómo, quizá en su condición de víctimas, pudieron procesar en forma distinta el odio.

-Por mi experiencia como periodfista y por haber tenido tantos años de vida escuchando testimonios, he aprendido que el que sufrió es el primero que se hace tolerante y respetuoso. En términos colectivos es muy interesante la comparación: Uruguay utilizó un mecanismo sofisticado de la democracia, como el plebiscito. Y plebiscitó el olvido. ¿No será por eso que pueden tener un guerrillero en la presidencia? En Chile debieron unirse y hacer la Concertación porque convivían con el dictador vitalicio. Nosotros revisamos el pasado como nadie, incluso lo hemos castigado, pero no hemos construido aún una cultura de antídoto contra ese pasado. Porque de lo que se trata es de no volver al pasado. ¿De qué sirve que hagamos todos los discursos si somos incapaces de construir una cultura colectiva de antídoto contra ese pasado?

-Este clima de enfrentamiento político permanente tampoco ayuda a mirar hacia adelante…

-No sé quién los aconseja. La guerra es el fracaso de la política. Cuando la violencia de los 70 tomó el lugar de la política, el gran cadáver fue la propia política. Lo que la democracia tiene que hacer es restituir la política. La política es diálogo y el diálogo solo es posible si reconozco al otro. La construccion democrática tiene que ser una construccion de respeto. Esta lógica de amigo-enemigo lo único que hace es revelar el carácter antidemocrático de esa idea. En el debate sobre el diario Clarín siempre me impresionó el no respeto al ciudadano, el que lee Clarín . Esta idea de que alguien iluminado le dice al otro quién le miente y quién no. La libertad en los diarios se pelea con el editor. No he guardado resentimiento las veces que he tenido que pelear espacios de no censura. Esa idea de que porque se trabaja en un lugar eso lo convierte a uno en esclavo es una concepción de obediencia debida. Estar peleando siempre contra alguien denota una clara forma antidemocrática.

-Para los Kirchner es una forma de construcción política.

-¿Pero qué se construye políticamente? Un bando. ¿Y los otros? Todo el tiempo lo digo: entonces dígannos qué van a hacer con nosotros. Con esa lógica hoy te descalifico, mañana te insulto, pasado te niego… ¿y después? Mejor ahorrarse ese camino y que nos digan qué van a hacer con nosotros. Mire lo que pasa con la descalificación a la oposición: dicen que ponemos palos a la rueda, pero ¿cuál es nuestra función? La oposición tiene que controlar. Se cancela el debate porque se hace un monólogo y se dice: «La gente nos votó». La mayoría legitima los gobiernos, pero lo que pone a prueba la democracia es cuánto sos capaz de defender los derechos de las minorías.

-¿La lucha del Gobierno contra las corporaciones, con toda su escenificación heroica, puede esconder algún indicio de debilidad? Después de todo, echarles la culpa a los que no dejan gobernar, sin reconocer y rectificar errores, es lo más sencillo que hay.

-En el juicio a las juntas, Massera dijo: «Soy responsable, pero no me siento culpable». Como teníamos miedo, no valoramos qué estaba queriendo decir. ¿No habrá querido decir «yo soy responsable de haber mandado a matar, pero ustedes, la sociedad, tienen grados de responsabilidad»? Por supuesto que un ciudadano común no tuvo la responsabilidad que tuvieron las empresas, el periodismo o la Iglesia, pero eso hay que analizarlo como fenómeno y no empezar a acusarnos unos a otros. Esto es lo que nos falta empezar a construir: una cultura de responsabilidad. ¿Tenés libertad de prensa? Te demando responsabilidad porque no te puedo censurar. ¿Sos un joven que está en la escuela pública? Tenés toda la libertad de reclamar, pero tenés la responsabilidad de devolver lo que te está dando la educación gratuita porque hay un montón de pibes que no pueden sentarse en el lugar que vos estás. Porque, si no, seguimos siendo adolescentes cívicos. Siempre que uno le está poniendo la culpa al otro es porque no ha asumido responsabilidad, y eso, con diferentes graduaciones, vale para todos. Tenemos una cultura adolescente de no asumir responsabilidades.

-El kirchnerismo dice que nunca hubo tanta libertad de expresión como ahora, pero el problema, como usted ha dicho, es que no hay debate. Algo que no es sólo responsabilidad del oficialismo: la oposición no estimula demasiado la discusión interna.

-Hay muchos vicios, por eso me parece saludable lo que pasa: es como una bisagra. Cuando fui diputada tenía la mirada de perplejidad de la cronista y siempre me impresionaba, en los debates parlamentarios, cuando los radicales hablaban y los peronistas les tiraban con el helicóptero ( N. de la R.: por la salida del gobierno de Fernando de la Rúa), invalidaban lo que decían con el fracaso de la Alianza. Y cuando los peronistas hablaban, los radicales les tiraban con los años noventa. Y a veces yo tenía ganas de gritarles: «Muchachos, empecemos de nuevo. Porque que un país que ha pasado por lo de 2001 y que inclusive pasa hoy por esta crisis de convivencia es porque hemos fracasado todos».

-Usted siempre fue una periodista independiente y crítica del poder y ahora forma parte del poder. ¿Cómo siente ese cambio?

-Nunca fui periodista de despacho y no soy tampoco legisladora de despacho. Pertenezco a uno de los poderes del Estado, pero es el poder que representa a la ciudadanía. No lo digo como un acto demagogia porque a veces hay que contrariar a la ciudadanía, como con la ley de matrimonio igualitario: me decían que la mayoría se oponía, pero yo vine a garantizar derechos.

-¿Cambió su mirada respecto del poder? Una cosa es el papel del periodista, que levanta el dedo acusador y critica, y otra es estar en la piel de un político.

-Sí, aprendí a respetar a toda la buena gente que trabaja. Aprendí y estoy aprendiendo de la administración del Estado. Aprendí que hay que prepararse, que el «che, nombrame a la piba», como una forma de clientelismo, ha ido desjerarquizando la administración del Estado y lleva a este puente roto entre la ciudadanía y aquellos que la representan. Como el hecho de que no tengamos servidores públicos y sí gente que ocupa cargos y no cumple funciones.

-Como legisladora casi flamante, ¿siente que hay margen de maniobra para cambiar la realidad desde una banca o existen tantos condicionamientos y presiones que es imposible hacerlo?

-Si yo pensara que no puedo… Lo que he perdido es soberbia: yo solita no voy a hacer nada si la sociedad no cambia. Esta es una tarea de todos. Estamos todos de acuerdo en que el problema de la Argentina de hoy es de valores y un problema cultural. Hasta aquellos que se escudaban en el economicismo se dan cuenta de que el problema es la política. Y la política es el lugar de los valores, es donde se ponen en juego cuáles son los valores de una sociedad. Entonces he bajado expectativa en relación a lo mío. No miro lo que los otros hacen. Cumplo con lo mío, soy responsable con lo mío. Trato de influir en el sentido más rico, que es el de poder convencer al otro. La negociación en serio, no la negociación como trueque. Lo que hay todavía es una cultura política primitiva, del «qué me das y qué te doy», que es lo que hay que ir cambiando.

Vía La Nación

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