La sala fue inaugurada originalmente por la actriz Guadalupe Noble en 1980 y fue reducto de una recordada versión de “Los siete locos”, de Roberto Arlt, adaptada y dirigida por Rubens Correa, pero su auge y su destrucción tuvieron que ver con el movimiento Teatro Abierto. El inmueble estuvo muchos años sin uso y en 2007 fue salvado de la especulación inmobiliaria por la organización Basta de Demoler.
Por Redacción NU
El dramaturgo Roberto “Tito” Cossa cortó anoche la cinta celeste y blanca que marcó la reinauguración del teatro El Picadero, en el pasaje Enrique Santos Discépolo 1857, a 31 años del incendio que lo destruyó, provocado por esbirros de la dictadura cívico-militar, el 6 de agosto de 1981.
El presidente de Argentores estuvo acompañado por el empresario Sebastián Blutrach, director de la sala y del también céntrico teatro Metropolitan, y Hernán Lombardi, ministro de Cultura porteño, además de varios centenares de actores, directores y otros entusiastas vinculados al quehacer escénico.
La sala fue inaugurada originalmente por la actriz Guadalupe Noble en 1980 y fue reducto de una recordada versión de “Los siete locos”, de Roberto Arlt, adaptada y dirigida por Rubens Correa, pero su auge y su destrucción tuvieron que ver con el movimiento Teatro Abierto.
Movilizado por Osvaldo “Chacho” Dragún, Cossa, Ricardo Halac, Pepe Soriano y Jorge Rivera López, entre otras primerísimas figuras de la escena argentina, Teatro Abierto fue la primera manifestación cultural que logró vencer el silencio establecido por la dictadura nacida en 1976.
Luego de la proyección de un emotivo video sobre Teatro Abierto cedido por el también movimiento de resistencia TeatroxlaIdentidad, Cossa manifestó su emoción por “haber vuelto acá y ver este corto con los compañeros, muchos que ya no están, y que yo hable es un honor y es una responsabilidad”.
Recordó que el ciclo, fogoneado por la “locura” de Dragún, estuvo formado por 20 autores, 20 directores, más de un centenar de actores “sólo el primer año; pero si sumamos los años siguientes, hubo cientos y cientos de artistas que hicieron lo que se llamó Teatro Abierto”.
“Lo único bueno, me parece, es que sea un autor el que hable, porque fue una idea de autores; suponíamos que Teatro Abierto no era más que salir a mostrar teatro, pero los animales de siempre, los autoritarios, creían que golpeándonos nos iban a amedrentar; pero lograron todo lo contrario”, agregó.
Dijo también que la brutalidad convirtió a Teatro Abierto «en un mito, no sólo para el teatro argentino sino también para muchos estudiosos extranjeros que a veces vienen a preguntarme sobre el tema y que ni siquiera habían nacido en aquellos días”.
Entre los presentes, según consigna Télam, se pudo ver a Enrique Pinti, Mauricio Dayub, Ana María Picchio, Hugo Arana, Lino Patalano, Cristina Fridman, Jorge Graciosi, Patricio Contreras, Virginia Innocenti, Pepe Novoa, Manuel Callau, Marta González, Carlos Portaluppi y Ana María Casó. También estuvieron Leonor Manso, Jorge Suárez, María Socas, Jorge Maestro, Julieta Díaz, Cristina Banegas, Mario Pasik, Eduardo Blanco, María Fiorentino, Arturo Bonín, Susana Cart, Amancay Espíndola, Lía Jelín, Carlos Gorostiza y Manuel Iedvabni, entre otros.
El galpón que en 1980 era El Picadero -y que en la década de 1920 se inauguró como fábrica de bujías- hoy es un confortable teatro con 295 butacas, obsequiadas por el también empresario teatral Carlos Rottemberg, y ubicadas en leve medialuna sobre una pronunciada pendiente que asegura una excelente visión desde cualquier ángulo.
La sala está en un primer piso de fácil acceso y deja un amplio espacio en planta baja, donde está previsto un espacio gastronómico que dejará lugar asimismo a muestras plásticas y otras manifestaciones artísticas, incluso como sala complementaria.
El inmueble había servido también como estudio de TV publicitaria, estuvo muchos años sin uso -salvo un fallido intento de rehabilitación por el elenco La Banda de la Risa, en 2003- y en 2007 fue salvado de la especulación inmobiliaria por la organización Basta de Demoler.
El pasaje Enrique Santos Discépolo -antes Rauch- serpentea entre la esquina de Callao y Lavalle y la de Corrientes y Riobamba, y su curiosa traza responde a que por allí pasaba el primer ferrocarril que hubo en la Argentina (1857), que corría entre una esquina del actual Teatro Colón y la primitiva estación Floresta.
Vía Noticias Urbanas