Fundación Noble

Un padre no está hecho de bronce sino de alma, sangre y piel. Aunque sea recordado por su obra, detrás de cada hombre público hay siempre un ser humano que ama, acaricia, besa y trasciende en sus hijos. Roberto Noble fue un hombre trascendente. Supo crear uno de los diarios más importantes del mundo de habla hispana. Pero, además, yo soy su hija. Y desde ese lugar, quiero contar a mi padre. Ese hombre con sangre, piel y alma que, entre sus muchas obras, hizo una que es sólo mía, al regalarme una infancia feliz y un ejemplo para toda la vida. Despliego ante mis ojos algunos recuerdos de papá: libros que escribió, editoriales de Clarín, leyes que llevan su firma, biografías escritas por otros. Hay también artículos que evocan su figura, fotografías de sus primeros años en la política, las artes, las letras, las expresiones populares. Lo veo al lado de los presidentes Agustín P. Justo y Arturo Frondizi, o junto a William Randolph Hearst, el magnate del periodismo estadounidense. Repaso fotos que lo muestran en la Universidad de Columbia, recibiendo el premio Moors Cabot, o confraternizando con Francisco Canaro, Julio De Caro y Aníbal Troilo. Son cientos de imágenes y momentos. Un caudal de letra impresa que me colma de orgullo -un orgullo de casta que, al decir del poeta León Felipe, es un orgullo sano-.

La vida de mi padre está documentada por entero. Y, sin embargo, el documento más certero, la pintura más fiel, están en lo íntimo de mi corazón, donde su voz familiar resuena todavía pronunciando mi nombre. Imágenes Las fotografías anidan en la memoria atrapando momentos, calladamente libres de la amenaza del tiempo y la distancia. Parecen mudas, inertes. Pero basta una palabra, la brisa de un recuerdo, para que despierten y cobren vida, hundiendo aún más sus raíces en el corazón. Mi padre me rodeó de imágenes. Retuvo cada momento en fotografías, como si sospechara ya su cercana ausencia. Cada etapa de nuestra vida en común quedó registrada, y en esas imágenes detenidas estamos juntos. Allí me veo, me descubro en un dulce regreso y vuelvo a ser Lupita, apenas una beba que acaricia la cabeza de ese cincuentón canoso que me mira embobado. Sigo mirando. Alucinada. Sonriendo ante el milagro de atravesar el tiempo y encontrarlo. Allí está él, ayudándome a caminar. Son mis primeros pasos y me sujeta su mano. Igual que ahora cuando, invisible pero firme, me sostiene entera y de pie ante los vientos de la vida. Más y más fotografías. Imágenes que galopan en mi sangre.

Nos veo dialogando. El legislador brillante, el orador implacable, el político, el luchador, juega a comunicarse conmigo en la media lengua que todos los padres del mundo ensayan para hablar con sus hijos. Imágenes que parecen inertes pero florecen en la primavera del recuerdo. Recuerdos de una película que intento contemplar.¿Qué ocurrió? ¿Qué hubo detrás de esa escena? Seguramente una cálida reunión familiar en la que tía Sara y Enrique Viacava, mi padrino, completaban el cuadro. Otra foto. En ésta acabo de cumplir un año. La mirada tierna de papá me envuelve. Sus ojos me amparan y declaran que las fotos se ríen del tiempo. Ciertamente, son capaces de hacer que un presente dure para siempre, aunque otras veces irrumpen inoportunas fragmentando la memoria. El tiempo detenido. Papá y yo. No faltaba nada más. Pensar en grande Para que las cosas resulten realmente importantes -solía repetir- hay que pensar en grande.

La enseñanza todavía me alumbra como un faro. Sus razonamientos se enmarcaban en los conceptos de nación y nacionalidad, de continuidad histórica. Por eso su trabajo fue una lucha constante con perspectiva hacia la posteridad, cargando sobre sus hombros fuertes los deberes de toda una generación.Hay que pensar en grande. Hombre de decisiones irrevocables, que consideraba sagrada la palabra empeñada, halló siempre la manera de avanzar en el sentido del progreso, plenamente identificado con el desarrollo del país. Recortes y anécdotas. Sus libros Argentina, potencia mundial, Satelismo contra soberanía, Cuando se anulan los contratos petroleros…

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